Los derechos humanos en tiempos de polarización, las vulnerabilidades sociales en la era de la transición energética y la resiliencia climática como oportunidad para repensar nuestra relación con la naturaleza y la tecnología, son tres aspectos que han ocupado y seguirán compartiendo un espacio de reflexión necesario para construir un futuro más justo y sostenible.
Su trascendencia durante las últimas dos décadas, la ola reaccionaria que están sufriendo contra todo lo que tenga que ver con la sostenibilidad, iniciada tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, y la interdependencia que tienen estos elementos en la ecuación de nuestro futuro, plantean una acción conjunta y contundente para su defensa.
Vivimos tiempos convulsos. Los movimientos de ultraderecha ganan terreno con una rapidez alarmante, y los discursos de odio que, hace unos años habrían sido impensables en el ámbito público, se normalizan con una inquietante naturalidad.
Esta alarmante tendencia supone un ataque directo a los derechos humanos que hemos tardado décadas en conquistar.
Los ejemplos son numerosos. En Gaza hemos sido testigos de un genocidio sin que haya habido una respuesta internacional contundente. En Afganistán, las mujeres han sido apartadas de la educación, expulsadas del mundo laboral y condenadas a una vida sin libertad ni participación pública.
En varios países europeos se han endurecido las políticas migratorias, dificultando los rescates en el Mediterráneo y militarizando las fronteras. Mientras, con la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos, estamos presenciando una declaración de intenciones que vulnera constantemente los derechos de millones de personas.
Todo esto refleja una preocupante normalización de la vulneración de derechos en el discurso público y en las relaciones internacionales.
Pero los derechos humanos no deberían ser negociables ni depender de intereses políticos o coyunturas temporales. Son la base que sustenta cualquier sociedad que aspire a progresar.
Este escenario exige una respuesta firme y clara. Si queremos un futuro marcado por el respeto y libre de desigualdades, tenemos por delante el reto de estar a la altura, denunciar y exigir posicionamientos valientes.
Vulnerabilidades sociales
Estamos inmersos en una era de transformación acelerada, impulsada por el cambio climático, la transición energética y la digitalización. Estas dinámicas, aunque necesarias, generan nuevas formas de desigualdad que no podemos pasar por alto.
La transición energética, por ejemplo, corre el riesgo de agudizar la pobreza energética si no se diseña con criterios de justicia social. Según el Informe de Indicadores de Pobreza Energética en España 2023, realizado por la Cátedra de Energía y Pobreza de la Universidad Pontificia Comillas, cerca del 20% de la población española tiene dificultades para calentar su hogar en invierno.
Familias que deben elegir entre pagar la factura de la luz o comprar alimentos, un dilema que no se limita a ciudadanos de países en vías de desarrollo, sino que afecta a miles de personas en nuestro entorno más cercano.
El cambio climático es otro factor que agrava las desigualdades existentes. Fenómenos como olas de calor, sequías o inundaciones afectan especialmente a las comunidades más vulnerables. En Bangladés, miles de personas pierden sus hogares cada año debido a la subida del nivel del mar.
Pero no hace falta mirar tan lejos: en España, las olas de calor impactan más intensamente en barrios humildes, donde escasean los espacios verdes o el acceso a sistemas de climatización.
Esta es la esencia de la injusticia climática: quienes menos contribuyen al problema son, a menudo, quienes más lo sufren.
Por otro lado, la digitalización, pese a su potencial transformador, amplifica las desigualdades si no se gestiona adecuadamente. La brecha digital deja fuera a quienes no tienen acceso a la tecnología, privándolos de servicios esenciales como la educación o la sanidad.
Durante la pandemia, muchos niños y niñas quedaron desconectados de sus escuelas por no disponer de un ordenador o conexión a internet en casa.
La pobreza y la exclusión social no son solo una cuestión de recursos, sino de justicia. Si queremos construir un futuro sostenible, debemos garantizar que esta transición no deje a nadie atrás.
Resiliencia climática
La crisis climática es una realidad que transforma nuestras vidas y territorios. Sucesos extremos, como la dana que azotó Valencia, ponen de manifiesto la urgente necesidad de prepararnos para un futuro cada vez más incierto.
Sin embargo, esta crisis también nos ofrece una oportunidad: la de construir una sociedad más consciente, preparada y resiliente. Para lograrlo, debemos combinar el conocimiento de la naturaleza con las posibilidades que nos ofrece la tecnología.
Las soluciones basadas en la naturaleza han demostrado ser eficaces y sostenibles. Restaurar humedales permite mitigar inundaciones de forma natural, mientras que reforestar zonas degradadas estabiliza los suelos y regula las temperaturas locales.
En el entorno urbano, incrementar las áreas verdes no solo nos protege frente a las olas de calor, sino que también mejora nuestra calidad de vida.
La tecnología, por su parte, ofrece herramientas que nos permiten anticipar y gestionar los riesgos climáticos.
La inteligencia artificial puede analizar enormes volúmenes de datos para identificar zonas vulnerables, simular escenarios futuros o diseñar planes de actuación adaptados a las necesidades de cada comunidad.
Pero esta tecnología debe aplicarse con criterios éticos y siempre al servicio del bienestar colectivo, evitando que un mal uso amplifique las desigualdades existentes.
Además, es prioritario invertir en educación climática. Gobiernos, empresas, medios de comunicación, escuelas y familias debemos asumir el reto de entender y transmitir la importancia de esta nueva realidad.
Solo desde el conocimiento colectivo podremos transitar de formar parte del problema a ser parte activa de la solución.
Llamada a la acción
2025 se presenta como un punto de inflexión para la acción colectiva. No tenemos tiempo que perder.
Debemos desplegar con urgencia soluciones integradas que aborden los retos a los que nos enfrentamos desde una perspectiva social, combinando la protección y el respeto a los derechos humanos, la inclusión en los procesos de transición y una visión innovadora de la resiliencia climática.
Porque el futuro no se construye solo con tecnología o crecimiento económico; se edifica, sobre todo, con justicia, igualdad y responsabilidad compartida.
Y ese futuro, depende de lo que hagamos hoy, empezando por el compromiso individual.
*** Irene Tarradellas es directora de Impact Hub Barcelona.