Slavoj Žižek en la Feria del Libro de Leipzig en 2015

Slavoj Žižek en la Feria del Libro de Leipzig en 2015

Letras

Žižek contra el progreso: cuando el fracaso se convierte en una forma radical de avanzar

El polémico filósofo combina en su último ensayo alta teoría y cultura pop para desafiar las visiones lineales del tiempo en un diálogo con Heidegger, Hegel y la Escuela de Fránkfurt.

Más información: El intelectual, el agente comunista, el prisionero de los nazis y el ministro: las mil vidas de Semprún, en la BNE

Publicada

¿Es posible aunar la broma procaz y la abstracción filosófica, la cultura popular y la alta teoría hasta el punto de llegar a ser uno de los intelectuales contemporáneos no solo más populares, sino de referencia global?

Contra el progreso

Slavoj Žižek

Traducción de Pablo Hermida. Paidós, 2025. 192 páginas. 19,90 €

El caso del esloveno Slavoj Žižek así lo demuestra. Como él mismo dijera de su estilo: "Recurro a esos ejemplos sobre todo con el fin de evitar la jerga […], y para alcanzar la mayor claridad posible no solo para mis lectores sino también para mí mismo: el idiota […] es, en última instancia, yo mismo".

Contra el progreso es puro Žižek, pero, todo hay que decirlo, también un ensayo más equilibrado, menos digresivo y más interesante que sus últimos intentos de diagnosticar nuestro presente. En un primer plano se presenta como una reflexión lúcida y exhaustiva sobre las paradojas, los fracasos y el potencial transformador inherentes al concepto moderno de progreso.

En un momento de aparente regresión como el nuestro, la pregunta "¿qué significa avanzar y a qué precio?" no es, desde luego, baladí. Pero para Žižek nuestro "progreso" no puede pasar ya por la confianza ilustrada en una trayectoria lineal y neutral del tiempo, puesto que es un campo de batalla en el que compiten deseos, ideologías y sacrificios.

Aunque, en un mundo ensombrecido por los espectros gemelos del colapso ecológico y la desintegración sociopolítica, la idea del progreso parezca ingenua y extemporánea o incluso políticamente peligrosa, Žižek cuestiona la mala prensa de esta categoría temporal con humor y buenas argumentaciones, rechazando las respuestas fáciles y las ilusiones reconfortantes.

En su lugar, se sumerge de lleno en las contradicciones que estructuran nuestro momento contemporáneo,  entre la esperanza y la desesperación, la contingencia y la inevitabilidad, lo universal y lo particular.

En estos trece epígrafes, densos y, a veces, brillantes, Contra el progreso problematiza además los aparatos ideológicos mal llamados "progresistas" que sostienen nuestra fe acrítica en el futuro.

Este ensayo de Žižek es más equilibrado e interesante que sus últimos intentos de diagnosticar nuestro presente

El ingenio de Žižek es aquí burlonamente implacable en su crítica de los tópicos neoliberales, el optimismo superficial de los tecnócratas de Silicon Valley, la austeridad sombría de las ideologías del decrecimiento o las cínicas interpelaciones de los populistas de extrema derecha.

Ya sea analizando las fantasías de la industria cultural de Hollywood, la economía budista o la política poscolonial, Žižek revela las ambivalencias que se esconden bajo la fachada superficial de cada avance o retroceso desde una óptica dialéctica que percibe los sacrificios borrados bajo la ilusión de un progreso entendido como una locomotora que solo avanza hacia adelante.

De ahí, por ejemplo, su interesante discusión con dos tópicos teóricos últimamente de moda, el "aceleracionismo" y su "ilustración oscura", categorías que, para Žižek, no constituyen en realidad aportaciones originales a la prolija discusión histórica sobre el problema.

Lejos de refugiarse en el nihilismo, si el ensayo critica sin piedad las hipocresías de las visiones contemporáneas del progreso es para allanar el terreno a otra visión del tiempo que abrace productivamente la contingencia, el fracaso y la paradoja.

Atendiendo a sus performances públicas, podríamos correr el riesgo de subestimar a Žižek como simple provocador. En Contra el progreso, sin embargo, encontramos su mejor versión.

Podemos discutir la falta de concreción de sus apuestas políticas, la repetición obsesiva de sus planteamientos o su excesiva dependencia de la matriz psicoanalítica lacaniana.

Pero no por ello debemos renegar de una trayectoria intelectual que, en su voluntad de síntesis, revela una acreditada familiaridad con otras herramientas teóricas: la ontología de Heidegger, la ciencia cognitiva, los desarrollos críticos de la Escuela de Frankfurt y la filosofía idealista, donde Žižek sigue viendo, sobre todo en la operación hegeliana, el centro gravitatorio de la mirada moderna.