Existen dos tipos de distancia. Está la distancia científica, medible en centímetros, metros o kilómetros. Es esa que nos adelanta cuánto tardaremos en llegar a un lugar o cuán grandes son las cosas, que en los medios de comunicación se calculan en campos de fútbol (aunque sean pocos los que sepan decirte exactamente cuánto mide uno). En todo caso, es una distancia predecible y de longitud compartida por todos.

Luego está la distancia emocional. Decía Jane Austen que “lejos y cerca son cosas relativas y dependen de muchas circunstancias”. El escritor Fernando Gamboa iba más allá y aseguraba que la distancia “se mide en lágrimas”. No siempre, añado. Pero ambos están en lo cierto. Existe una distancia subjetiva, personal e inesperada. Una distancia que además cambia con el tiempo y las circunstancias. Nunca me sentí más lejos de nadie que en el sofá de la casa de aquella novia de la adolescencia que me dejó al día siguiente. No estuve más cerca de alguien que cuando hablaba por teléfono (casi a gritos, por su sordera) con mi abuela al llamarla desde la otra punta de Europa para contarle cómo iban mis viajes con amigos. Daban igual las palabras, todas eran abrazos. Parece que fuera ayer y, sin embargo, queda ya demasiado lejos.

Que el Ministerio de Transportes, dirigido ahora por el vallisoletano Óscar Puente, esté decidiendo chapotear en Castilla y León creando zonas de Cercanías para los trenes dice mucho de cómo Madrid lo primero que deforma es la distancia. Debería saber bien Puente que Castilla y León es una tierra de lejanías, tanto en kilómetros como en emociones. Aquí casi todo queda lejos, más allá de un horizonte infinito que jamás alcanzó nadie.

Propone el secretario de Estado de Transportes crear una red de trenes Cercanías entre Medina del Campo, Valladolid y Palencia. No sé qué opinarán los palentinos de convertirse ya oficialmente en área metropolitana. Apunta el ministerio que el objetivo es ir generando estas redes artificiales para coser con trenes de Cercanías el territorio. Un trampantojo mientras los descosen de la alta velocidad para alejarles del futuro. Porque aquí cada vez hay más localidades lejos de todo. Lejanía física y sentimental al mismo tiempo. No da lo mismo cuál sea el tren que pare.

Este invento de red de Cercanías para Castilla y León, tratando al mundo rural como si fuera Collado Villalba, no será sencillo. Pedirá Ponferrada ser Cercanías de Galicia pero no de León. Ávila y Segovia lucharán por formar parte, por fin, de Madrid. Soria querrá ser la última parada de Zaragoza. Burgos y León se manifestarán para que los trenes que lleguen desde Valladolid se llamen Lejanías.

No sé con qué Cercanías inventarán reconectar Puebla de Sanabria o Zamora. Pero hay una lejanía inasumible, descorazonadora y profunda cada vez que ven pasar de largo por su estación el AVE. Esa distancia insalvable de quien se siente en ninguna parte.