
Un edificio modernista en la calle de la Amargura de A Coruña
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Un edificio modernista en la calle de la Amargura de A Coruña
El número 5 de la calle de la Amargura de A Coruña, es una discreta obra modernista. Proyectada por el arquitecto Juan de Ciórraga, fue construida en 1909, incorporando elementos ornamentales sencillos y una composición sencilla
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Louise Glück decía que “los poemas son una autobiografía, pero despojados de los adornos de la cronología y el comentario (…) [En mi poesía] hay una búsqueda de la ruina, de lo incompleto”. La arquitectura nunca puede despojarse de esos elementos aparentemente superficiales, porque para un edificio, no lo son. La obra no es un elemento ajeno a su entorno o percibido únicamente desde el ornamento, sino que ocupa una posición urbana y se encuentra habitado.
En una obra de arquitectura, el edificio nace para convertirse en un organismo vivo en simbiosis con sus habitantes y con la propia ciudad. Pero, en los poemas de Glück se refleja de manera sensorial el lugar de tal forma que es posible comprender la dimensión orgánica del espacio y de la ciudad: “Ella sentada en un banco, escondida de algún modo por los encinos. / Allá lejos, el miedo arribaba y partía; / de la estación del tren llegaba el sonido que hacía. / El cielo era naranja y rosa, más viejo porque el día había terminado”.
Los proyectos nacen a través de un análisis profundo del lugar que incluye una comprensión detallada de todos los parámetros que lo forman: la historia, la normativa, la ciudad, el clima, la coyuntura del momento o el lenguaje arquitectónico adaptado a la latencia del momento. La imagen del edificio es una muestra de la lectura del lugar que, además, se apoya en un concepto que determinó inicialmente el proyecto.
El lenguaje arquitectónico es una expresión de su tiempo, en algunos momentos refleja dolor, en otros, euforia, pero en muchos casos permite comprender de forma subliminal una época. Pero es una expresión efímera, porque el paso del tiempo transforma esa lectura a través de la óptica del presentismo, y como dice uno de los personajes de la película ‘Segundo Premio’: “Todo lo que habíamos hablado es todo lo que vamos a perder”. (Segundo Premio, Isaki Lacuesta).
Y es que, en esa condición lingüística de la imagen arquitectónica se esconde un tabú que como indica el arquitecto Óscar Tusquets, es algo a lo que el ser humano detesta enfrentarse: la muerte. No pensar en la propia desaparición o pensar que un edificio es capaz de sobrevivir cualquier vida humana, dota al lenguaje arquitectónico de una perspectiva perecedera, porque las ‘palabras’ que lo forman quizás nunca vuelvan a ser entendidas como fueron pensadas.

Foto: Nuria Prieto
Alegría y espíritu nuevo
La arquitectura modernista es una expresión de un momento alegre. El cambio de siglo parecía impulsar nuevos proyectos, y una mirada positiva hacia el progreso y la belleza. La nueva perspectiva mostraba un futuro alegre que impulsaba todas las artes y la cultura, el poeta Rubén Darío explicaba que “el espíritu nuevo que hoy anima a un pequeño pero triunfante y soberbio grupo de escritores y poetas de la América española: el modernismo”.
La arquitectura, contagiada de ese espíritu nuevo enlaza el optimismo con el cambio de siglo, y busca en la naturaleza, siguiendo los ecos del entonces reciente romanticismo, la libertad y la magia. Este estilo arquitectónico suele asociarse con la arquitectura burguesa, y en la mayoría de las ciudades estas obras forman parte de los desarrollos urbanos de los primeros años del siglo XX.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto
Con su lenguaje orgánico, y rico compuesto de elementos vegetales y geométricos recreó una naturaleza urbana, capaz de embellecer las ciudades. El espacio urbano comienza a envolverse con fachadas y elementos decorativos que expresan esa imagen postromántica y positiva, pero que solo es una recreación sin mayor función que la propiamente estética.
Una casa en segundo plano
En A Coruña, durante los primeros años del siglo XX se desarrollaron muchas obras de estilo modernista. Arquitectos como Juan de Ciórraga, Ricardo Boan y Callejas, Leoncio Bescansa o Antonio de Mesa, construyeron la imagen modernista de A Coruña. Algunas de sus obras se han convertido en iconos con el paso del tiempo, pero otras se esconden en el anonimato de calles menores. Este es el caso del edificio situado en la calle de la Amargura número 5, obra del arquitecto Juan de Ciorraga que fue construido en 1909.
Esta obra que da a la calle de la Amargura y a la calle Nuestra Señora del Rosario, es un edificio de viviendas que integra el lenguaje modernista con los rasgos propios de la arquitectura vernácula. El edificio de tres plantas y bajo presenta una distribución que da a ambas calles, en planta baja esta estaba ocupada por usos auxiliares, como cocheras (accesibles desde la calle Nuestra Señora del Rosario, entonces calle del Derribo), mientras que las superiores se proyectaron como viviendas.
Dentro de la planta, las instalaciones como las cocinas se ubican hacia el lado izquierdo de la parcela, mientras que la posición de la escalera, en el proyecto original variaba su posición en planta baja, respecto del resto. La organización de cada una de las plantas, así como la configuración del edificio, siguen un patrón muy similar a las viviendas burguesas del momento.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto
Lo más notable de esta obra es el tratamiento de sus dos fachadas. La principal, la que da a la calle de la Amargura, se desarrolla como un edificio puramente modernista, aunque ejecutado en piedra. Mientras que la calle posterior (actual Nuestra Señora del Rosario), incorpora a la envolvente modernista la galería tradicional coruñesa. Con apenas dos huecos por planta, la estructura compositiva rígida contrasta con la organicidad de la ornamentación.
La fachada principal es homogénea, repitiendo el mismo esquema en cada hueco que incorpora un balcón y un dintel ricamente decorados con motivos vegetales y geométricos. Incluso en la planta baja, las puertas de acceso mantienen la misma tipología salvo porque la carpintería es ciega. Dinteles y balcones sobresalen del plano de fachada, aspecto que se ve resaltado mediante el uso del color. En la fachada posterior, esta composición se modifica, siguiendo el esquema de la casa tradicional coruñesa en la que la planta baja presenta puertas de acceso, la primera planta, un balcón que unifica los huecos, y las dos plantas superiores se conectan a través de una galería blanca.
En esta fachada el lenguaje modernista, aparece en la planta baja y en la planta primera, pero no en la galería, donde sigue un criterio tradicional, sin incorporar elementos ornamentales análogos al resto del edificio. Al igual que en la fachada principal la ornamentación se destaca no sólo volumétricamente, sino también a través del tratamiento cromático distintivo del plano neutro.

Planimetría. vía Archivo del Reino de Galicia

Planimetría. vía Archivo del Reino de Galicia
Pero quizás hoy en día, esta obra pase desapercibida. Su posición adyacente a la obra de Rafael González Villar que forma el remate de la manzana ensombrece la ornamentación más discreta de la obra de Ciórraga. Sin embargo, observar ambas obras juntas permite ver las transformaciones de un lenguaje cercano entre sí, y comprender que, a pesar de tratarse de un estilo conceptualmente apoyado en la estética, está formado por una cierta complejidad.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto
Los ojos que observan
En uno de sus poemas de Louise Glück escribe “Mírenla, rozándole la mejilla / para hacer una tregua, sus dedos / frescos con la lluvia primaveral; / en la delgada hierba, estalla el azafrán púrpura”. Glück describe una imagen que, en realidad transporta a quien la lee hacia una emoción específica, basada en las sensaciones que, con cada una de esas palabras se apela a la memoria.
El modernismo es un lenguaje que, quizás, al igual que los poemas de Glück está formado por descripciones que parecen definir una imagen, pero que en realidad evocan en pequeños fragmentos un conjunto de emociones que apelan a la memoria. Una obra modernista, aunque de pequeña escala, si se observa con cierto detalle, cobra vida poco a poco a través de los ojos de quien la observa.