
Mariano Ozores recibe el Goya de Honor en 2016
Mariano Ozores: un cine para la posteridad
Mariano Ozores nunca estuvo demasiado bien visto. Probablemente por una mezcla letal entre el qué (tener éxito en el país de la envidia) y el cómo (haciendo cine cómico).
Sus muchos fans sentimos un gran alivio cuando le vimos recoger el Goya de Honor en el invierno de 2016. La Academia de Cine, entonces presidida por Antonio Resines, ponía fin a un desdén histórico de la mejor manera posible: en vida del agraviado.
Ya había habido un conato en la gala de 1994. Al agradecer la estatuilla como mejor director por Todos a la cárcel, Luis García Berlanga lo citó explícitamente en un emocionante alegato en favor de la comedia popular arrinconada por la intelligentsia cinematográfica.
Mariano Ozores nunca estuvo demasiado bien visto. Probablemente por una mezcla letal entre el qué (tener éxito en el país de la envidia) y el cómo (haciendo cine cómico).
Los primeros títulos, casi siempre al servicio de sus hermanos José Luis y Antonio, resultan ambiciosos. Véase el debut, Las dos y media y veneno (1959), con los protagonistas “cantando” los títulos de crédito.
El drama nuclear (sí) La hora incógnita (1964) le hizo creerse cineasta. Las críticas fueron buenas por una vez. Pero económicamente supuso una ruina de la que extrajo una enseñanza: no volver a producir jamás.
A partir de entonces, Mariano Ozores constituye un híbrido entre el artesano y el autor. Es artesano porque sólo trabaja por encargo previo de un productor. Y es un autor porque rara vez (Cristóbal Colón… de oficio descubridor, de 1982) filma un guion que no haya escrito él mismo.
Esto le diferencia del otro gran prolífico de la comedia popular de la época, Pedro Lazaga.
A su ingenio se deben los mejores momentos del tándem Gracita Morales / José Luis López Vázquez. Este último haciendo (algo así como) esquí acuático en Operación Cabaretera (1967) es una cumbre del slapstick. La secuencia de Irene Gutiérrez Caba en ¡Cómo está el servicio! (1968) es de las más divertidas de esa década.
En los setenta eclosionan dos filones: Lina Morgan y el landismo, que en ocasiones supo incluso combinar. El arranque de Manolo la nuit (1973), con Landa rechazando monumentos mientras pasea por la playa porque está en su día libre es una presentación de personaje y argumento brillante.
El cine de Ozores gana interés durante la Transición mucho más allá del éxito gigantesco en taquilla de Pajares y Esteso. Es la visión de aquellos años desde la óptica de aquellos que vivieron la dictadura, digamos, sin gran incomodidad ideológica.
Pero no es ni mucho menos la cosa reaccionaria de las adaptaciones de Vizcaíno Casas. El apolítico (1977) es algo así como la Asignatura pendiente (José Luis Garci, 1977) de la generación anterior.
¡Que vienen los socialistas! (1982) explica la descomposición de UCD mejor que cualquier libro de historia (¡ese Raúl Sénder democristiano!).
No fue el primer director que lo hizo.
Pero sorprende la capacidad con la que firmó remakes de sus propias películas. A veces con menos de diez años de separación. Operación Secretaria (1964) y Fin de semana al desnudo (1974), Una monja y Don Juan (1973) y Unos granujas decentes (1978), Crónica de nueve meses (1967) y El pan debajo del brazo (1984), Los bingueros (1979) y Ya no va más (1988).
Sólo así pudo satisfacer la demanda de los productores cuando carecía de tiempo suficiente para pensar cosas nuevas.
En los obituarios de estas horas se está recordando mucho lo de su “cine para fontaneros” que se atribuye a Pilar Miró. Sea como fuere, él siempre achacó su destierro de las salas a la ley desarrollada por su colega en su etapa al frente de la Dirección General de Cinematografía. Sin subvención no hay película y Ozores no tendría muchas posibilidades de obtener una.
Se refugió en filmes pensados para estrenarse directamente en formato de cinta de vídeo para alquilar en pleno boom de ese negocio. Al principio mantuvo la dignidad: Los presuntos o Capullito de alhelí, ambas de 1986, estaban protagonizadas por Jesús Puente y López Vázquez.
Pero el deterioro se hizo evidente conforme avanzaron los ochenta. Que embutidos El Pozo colocara en alguna de ellas el product placement más agresivo que se recuerda era toda una metáfora visual.
En esta etapa encontramos el que quizá sea el largometraje más marciano de su carrera, la película de artes marciales Veredicto implacable (1987).
El vídeo no mató a la estrella de la radio, pero resultó letal para el que había sido el gran talento de Ozores hasta entonces: un olfato (casi) infalible para detectar por dónde respiraba en cada momento el gusto del público.
Pasada aquella etapa magnetoscópica, el director volvió a ser requerido para producciones que tenían la vista puesta en la pantalla grande.
La chica de Tahití (1989) no rentabilizó la inversión en Vaitiaré, aquella novia de temporada de Julio Iglesias.
Pareja enloquecida busca madre de alquiler (1989) resulta vista hoy increíblemente más añosa que las comedias más o menos picantes rodadas veinticinco años antes.
Disparate nacional (1990) fue un éxito sorprendente, habida cuenta de lo soso del resultado.
Por ahí pululaban dobles de famosos, fórmula que repitió en Jet Marbella Set (1991) con resultados totalmente contrarios.
Su último filme, Pelotazo nacional (1993), podía haber dado mucho más de sí en el retrato de las corruptelas de aquella España en la que se decía que tan fácil era hacerse rico.
En aquella última etapa, con algo más de presupuesto, pudo contar con la nueva hornada de actores cómicos: Ladoire, Resines, Quique San Francisco, Willy Montesinos… Algunos críticos reprocharon estas participaciones a los iconos de la comedia progre.
Entristece que el final de su carrera fuera la controversia en torno a la serie El sexólogo (1994), con la que tampoco recuperó aquel olfato.
Por eso el Goya fue tan importante.
Quedan hoy sus memorias, Respetable público (2002), un relato tan humilde como ameno de la proeza que constituye su filmografía.
Y las propias películas, claro. Omnipresentes en la tele en abierto o de plataforma. Cuando se sienta hoy uno a ver alguna de ellas (pongamos por caso Agítese antes de usarla, de 1983) cunde el temor de que suene el timbre en cualquier momento porque los agentes del orden vayan a proceder a la detención.
Cuando compareció pocos días antes del premio, dijo que le habría gustado hacer una comedia sobre Podemos. Resines reía imaginando a López Vázquez con coleta. Solemos acordarnos de Berlanga al hilo de la actualidad. Pero también de Ozores.
Este miércoles, Ketty Garat puntualizaba en La brújula de Onda Cero las conexiones entre Ábalos, Koldo y las distintas mujeres con nómina en empresas públicas. Sólo podíamos pensar en Esteso y en Cuatro mujeres y un lío (1984).
Debe ser la posteridad.