
Elon Musk y Donald Trump, frente a frente Omicrono
Por qué Donald Trump no puede prescindir de Elon Musk: de la dependencia de la NASA a la ambiciosa Cúpula Dorada
El rifirrafe público entre el presidente de EEUU y el CEO de SpaceX podría tener graves consecuencias para la agencia espacial y el Pentágono.
Más información: Qué es Dragon, la cápsula que usa la NASA para llegar a la ISS y Musk amenaza con destruir en respuesta a Trump
El explosivo choque de trenes entre el presidente de EEUU, Donald Trump, y el hombre más rico del mundo, Elon Musk, se veía venir de lejos. El desencuentro, convertido en un barriobajero rifirrafe en redes sociales, podría llevar a un callejón sin salida a la NASA y poner en riesgo los planes del Pentágono.
Trump amenazó con rescindir los contratos federales que tienen las empresas de Musk: "Siempre me sorprendió que Biden no lo hiciera". La respuesta del magnate no se hizo esperar y aseguró en X, la red social que compró en 2022, que "SpaceX comenzará a desmantelar su nave espacial Dragon de inmediato".
Aunque está por ver si finalmente llega la sangre al río, de ocurrir sería una catástrofe sin precedentes para la agencia espacial estadounidense, que desde 2006 ha convertido a SpaceX en su aliado comercial más importante, gracias a la fiabilidad de los cohetes reutilizables Falcon 9 y de la propia cápsula Dragon.

La cápsula Crew Dragon acoplándose a la ISS Omicrono
De hecho, el transporte de cargamento y astronautas entre la Tierra y la Estación Espacial Internacional es sólo uno de los vínculos entre las dos organizaciones. La agencia cuenta con la compañía de Musk para volver a colocar al ser humano en la Luna con las misiones Artemis, y también sería la encargada de deorbitar la ISS a partir de 2030.
La ruptura también afectaría gravemente al Departamento de Defensa estadounidense. SpaceX es el principal proveedor de lanzamientos del ejército y Starlink proporciona comunicaciones vía satélite. Además, su participación sería imprescindible en la puesta en marcha de la Cúpula Dorada, el ambicioso escudo para interceptar misiles hipersónicos desde el espacio aprobado por Trump.
La NASA, sin alternativas viables
Una de las primeras escaramuzas de esta guerra total, que ha provocado entre otras cosas el hundimiento de Tesla en bolsa y la vinculación de Trump con el 'caso Epstein', fue la retirada de la candidatura de Jared Isaacman, amigo y colaborador de Musk, para ser el próximo administrador de la agencia espacial estadounidense.
Y eso es sólo la punta del iceberg. Lo más preocupante para la NASA son las intenciones de Trump de aplicar la 'motosierra' a su presupuesto, con unos recortes del 24% que ponen en riesgo misiones cruciales.

Despegue del cohete Falcon 9 de la misión Crew-10
La catástrofe podría ser aún más devastadora si Trump cumple su amenaza y SpaceX se queda fuera de los contratos federales. La empresa espacial de Musk es el contratista más importante de la agencia espacial, el pilar de la estrategia comercial de la NASA que ha permitido reducir de forma drástica los costes y el tiempo entre lanzamientos en los últimos años.
En esa contribución ha sido fundamental la integración del cohete Falcon 9 y la nave espacial Dragon en las misiones relacionadas con la ISS. SpaceX se ha convertido en el único proveedor de EEUU para el transporte de astronautas a la Estación Espacial Internacional y también es el principal contratista de los servicios de carga y reabastecimiento.
Actualmente, la agencia sólo tendría una opción para traer y llevar astronautas a este enorme laboratorio espacial que lleva más de 25 años en órbita: recurrir a Rusia para comprar las tres plazas que permiten las cápsulas Soyuz, como sucedió entre 2011 y 2020, los años entre la retirada de los transbordadores espaciales y el inicio de las misiones Crew Dragon. Y la negociación con Roscosmos, la agencia espacial rusa, y el propio Vladímir Putin, no sería precisamente sencilla.

La nave rusa tripulada Soyuz MS-26 Omicrono
Otros contratistas, como Boeing o Northrop Grumman, no pueden ofrecer soluciones viables a corto plazo. El desastre de la cápsula Starliner, cuyos fallos dejaron a los astronautas de la NASA Suni Williams y Butch Wilmore 'atrapados' durante 9 meses en la ISS (hasta que una Crew Dragon de SpaceX los trajo de vuelta a la Tierra), no es el mejor augurio.
La NASA y Boeing anunciaron recientemente que comenzarían las pruebas para un nuevo lanzamiento tripulado de Starliner a finales de este año o principios de 2026, pero necesitarán varios despegues y aterrizajes exitosos para poder alcanzar un ritmo similar y una confianza similar a la que ofrece SpaceX.
Por su parte, Northrop Grumman es uno de los contratistas de la agencia para el reabastecimiento de la estación a través de su nave Cygnus. Hace sólo unos meses, la propia compañía anunció que su misión NG-22 se retrasaba indefinidamente, ya que el módulo de carga presurizado (PCM) de la nave había sufrido daños en su contenedor durante su trayecto hacia la plataforma de lanzamiento en Florida. Eso deja a la compañía de Musk como única opción viable.
Hay una tercera empresa en el horizonte con contrato en vigor con la NASA para el transporte de carga a la ISS, Sierra Space. Sin embargo, el ambicioso avión espacial Dream Chaser, cuyo primer vuelo estaba previsto para el verano de 2024, todavía no ha conseguido despegar y quedan años para que se convierta en una alternativa viable (y fiable) frente al cohete Falcon 9 y la cápsula Dragon.
El futuro de la propia Estación Espacial Internacional depende completamente de SpaceX. Hace solo un año, la NASA encargó a la compañía de Musk construir un vehículo deorbitador que la 'empuje' contra la atmósfera terrestre para que acabe desintegrándose y cayendo sobre el océano Pacífico.
Si no se cumple este calendario, la ISS podría experimentar un desgaste significativo, que aumentaría el riesgo de incidentes y dificultaría futuras operaciones en la órbita terrestre. Además, su abandono o la extensión de su vida útil podría suponer una peligrosa fuente de escombros y basura espacial, complicando el tráfico orbital o incluso cayendo en zonas terrestres habitadas.
La Luna y Marte, en peligro
Las próximas misiones a la Luna y Marte también quedarían heridas de muerte si la NASA prescindiera de SpaceX. La empresa de Musk será la encargada de desarrollar una Starship con un módulo de aterrizaje lunar dentro del programa Artemis. El objetivo es llevar de nuevo astronautas a la superficie lunar, más de 50 años después de la misión Apolo 17.
En esa tarea, la única empresa que puede sustituir a SpaceX a medio plazo es Blue Origin, la compañía espacial de Jeff Bezos, pero su módulo de aterrizaje humano todavía está dando sus primeros pasos de desarrollo, y podría pasar una década hasta que haya superado todas las certificaciones y vuelos de prueba necesarios como para transportar tripulación.
Viaje a Marte de Starship
Marte, hasta ahora la gran prioridad tanto de Trump como de Musk, quedaría aún más lejos. De momento, las únicas esperanzas de que la NASA envíe una misión tripulada al planeta rojo recaen en Starship. Y, aunque los últimos lanzamientos de prueba del megacohete han resultado un fracaso, es la baza más firme y viable de la agencia para una misión tan compleja.
Rescindir los contratos de la NASA con SpaceX significaría rendirse definitivamente ante el empuje de China, que ya tiene su propia estación espacial en órbita y planea una misión tripulada a la Luna en 2030. Además, la agencia se ha beneficiado de las ventajas ofrecidas por su socio comercial, capaz de ofrecer sus servicios a un coste mucho más bajo y en un plazo mucho más rápido que sus competidores.
¿Adiós Cúpula Dorada?
Las implicaciones del 'divorcio' entre Trump y Musk van más allá del ámbito de la NASA. SpaceX, junto con United Launch Alliance (ULA), es el principal contratista para poner en órbita cargas útiles relacionadas con defensa y seguridad nacional. Pero Vulcan, el nuevo cohete de ULA, está tardando más de lo previsto en superar el proceso de certificación.
Así, los lazos entre el Departamento de Defensa (DoD) y SpaceX han crecido significativamente en los últimos años, y la mayoría de contratos de lanzamiento de satélites militares, de inteligencia y comunicaciones de los próximos años están asignados a cohetes Falcon 9 y Falcon Heavy de SpaceX.

Recreación de la Cúpula Dorada Omicrono
El servicio de Internet vía satélite Starlink también proporciona comunicaciones esenciales a los militares estadounidenses, tan convencidos de su importancia para el futuro de los conflictos bélicos que han adquirido su propia versión, bautizada como Starshield.
El proyecto que se vería más afectado por un conflicto en el que no sólo están en juego la autoestima y el ego de ambos, sino también miles de millones de dólares y hasta vidas humanas, es el de la Cúpula Dorada, que Trump anunció hace apenas unas semanas en la Casa Blanca.
"Durante la campaña, prometí al pueblo de EEUU construir un escudo antimisiles de vanguardia para proteger a nuestra patria de la amenaza de un ataque con misiles extranjeros", señaló Trump, en referencia a la amenaza que suponen China, Rusia y Corea del Norte.
Según Trump, ya se ha elegido una "arquitectura" para el sistema, que necesitará la participación de plataformas terrestres, marítimas y espaciales, aunque por el momento no se han detallado cuestiones técnicas de mayor profundidad.

Conjunto de satélites de Starlink antes de ser puestos en órbita. SpaceX
Para poder hacerla realidad, y con un calendario tan ambicioso como el exigido por el presidente estadounidense ("estará activo en menos de tres años", cuando finaliza su segundo mandato), la compañía espacial de Elon Musk se encargaría de construir y lanzar al espacio partes claves de esta infraestructura.
Según las estimaciones de fuentes anónimas citadas por Reuters, para su correcto funcionamiento la Cúpula Dorada necesitaría una red de entre 400 y más de 1.000 satélites de seguimiento, una cifra sólo al alcance de SpaceX. Además, necesitarían complementarse con otros 200 satélites armados con misiles o láseres, lo que representa un desafío tecnológico monumental.
Aunque Trump anunció una partida de 175.000 millones de dólares para sufragar los gastos del escudo antimisiles, la Oficina Presupuestaria del Congreso cifró la inversión necesaria en, al menos, 542.000 millones de dólares. Probablemente, la única alternativa para no llegar a ese gasto sería un modelo de suscripción.
Sería algo insólito en programas de defensa de gran escala, en los que habitualmente el gobierno busca mantener un control más directo y conservar la independencia de sus socios comerciales. Pero si hay una empresa capaz de ofrecer algo así (y salirse con la suya) esa es SpaceX. Así, si se consuma la guerra total entre Trump y Musk, se confirmaría definitivamente que la Cúpula Dorada es un brindis al sol.