
Los jugadores del Real Madrid Jude Bellingham y Kylian Mbappé, y el del Espanyol Javi Puado.
Claves para subir de segunda a primera: en el fútbol, y en los negocios
En el mundo deportivo, cualquier equipo que se precie aspira a subir de liga, a escalar y a consolidarse. En los negocios, el "espíritu competitivo" funciona de otra manera.
Aunque los mercados también se suelen dividir por tercios cualificados (Tier 1, Tier 2 y Tier 3), como la mayoría de las ligas deportivas, las reglas del juego son otras. Cada tercio parece mirarse más el ombligo y menos el horizonte.
Hace años, las explicaciones de esta miopía intra-tier eran muy fáciles de comprender: para estar en primera necesitabas "acceso" a grandes presupuestos, al escaso talento local, a los medios masivos —que eran limitados en su oferta y muy caros.
La élite empresarial concentraba y nutría su poder en pequeños círculos —dentro de cada tercio o liga empresarial— que eran difíciles de penetrar.
Hoy, estos círculos siguen existiendo, no nos engañemos. Pero el acceso es más abierto: tanto las pequeñas empresas como las personas individuales que muestran resultados y liderazgo líquido pueden ascender de tier.
Las redes sociales, los ecosistemas empresariales y la corta vida de los negocios del conocimiento inclinan a los campeones a observar el campo como en el fútbol: identificando a los jugadores que destacan por sí mismos y que pueden hacer equipo en ligas superiores sin perder su estela individual.
Y como en el fútbol, uno puede atisbar rápidamente si algún jugador destaca, si es un fuera de serie que merece escalar, en base a parámetros que rozan lo evidente.
No se trata de marcar goles ni de pararlos, no se trata de correr más rápido o de hacer mejores pases... pero sí que hay unas reglas homogéneas entre el fútbol y los negocios.
En primer lugar, en el fútbol todos los jugadores comparten un propósito claro —que hacen suyo de verdad—, entienden el rol que cada uno puede desempeñar en su consecución y comparten una manera unificada de trabajar en la que el estilo personal es un valor añadido al servicio del conjunto.
Además, durante cada partido, el "poder" y el protagonismo es trasladado por defecto a aquellos jugadores que tienen la pelota a sus pies, y cada jugada reconfigura los roles del equipo con fluidez.
Durante estos momentos de protagonismo, los jugadores incrementan su sentido de responsabilidad, su foco, su intensidad en la entrega.
Dure lo que dure la jugada, están empoderados y a la vez se sienten íntegramente responsables de los resultados. Han de marcar. O rendir cuentas.
En los negocios, estas reglas aplican de manera idéntica, aunque la terminología cambie. Las empresas que marcan goles —que triunfan y ascienden de tier— son las que consiguen poner a los clientes en el centro y concretar este vínculo en resultados de negocio superiores a su competencia.
Estas empresas no se conforman con jugar bien en su liga; aspiran a tener los mejores estándares, a superar sistemáticamente a los demás equipos de su división y a ganar el ascenso.
Este "propósito" compartido se logra cuando la dinámica en el equipo incorpora talento —moleste a quien moleste—, un talento que tiene claro sus roles y contribuciones individuales, que mira la foto amplia, cede el protagonismo y apoya a quienes lo necesitan en cada momento.
En España hemos visto ejemplos brillantes de esta incorporación de talento a través del corporate venture. Con más de 3.100 millones de euros invertidos en startups durante 2024, un incremento del 36% respecto al año anterior, casos como Iberdrola fichando startups energéticas, MasMovil integrando talento disruptivo en telecomunicaciones, o Jeanologia apostando por la innovación textil demuestran cómo se consigue el éxito real: superando a toda la competencia de su sector, estableciendo nuevos estándares de excelencia y logrando un rendimiento que les permite ascender y mantenerse en primera división.
Cuando se entienden estas reglas del juego, los resultados no solo llegan, sino que marcan distancias con el resto. La fluidez en la relación con el cliente ha de ser algo natural, como en el campo de fútbol.
Nadie ha de dudar de nadie; al contrario, el apoyo ha de ser pleno porque el objetivo es claro: ganar la liga y ascender de tier.
Un buen partido se puede jugar en cualquier liga, pero solo los mejores equipos ascienden. Los estándares de trabajo, superación, inteligencia conjunta y labor individual que marcan la diferencia entre ganar y perder son siempre los mismos, independientemente del tier en el que juegues.
Y la llegada del talento es algo positivo que reconfigura la partida en beneficio de todos, porque eleva el nivel de juego de todo el equipo y les da ventaja competitiva sobre el resto de equipos de la liga.
Las empresas que triunfan entienden que el éxito no se mide solo en jugar bien, sino en superar consistentemente a todos los demás equipos de su división hasta conseguir el ascenso.
Pero aquí surge la gran diferencia entre el fútbol y el mundo real: en el fútbol la cantera ha hecho su labor. En el campo solamente están jugando los mejores.
En la empresa, la cantera es un momento del trayecto empresarial y, por lo general, los perfiles menos valiosos —los más mediocres— son los que más se suelen aferrar a ocupar el lugar protagonista y a frenar el acceso del talento.
En los negocios, la mediocridad es muy habilidosa y sibilina, suele lograr mantenerse y no ser expulsada del campo.
En España, ¿quién no entiende de fútbol? Y ¿cuántos entienden de talento? ¿Acaso no sería bonito llevarnos todo lo que sabemos del "campo de fútbol" al negocio? La pregunta es si un mal jugador de fútbol puede llegar a ser un buen entrenador, aunque haya ido a las mejores escuelas de negocios.