
Carlos Javier Hernández y sus manos explorando los relieves en un globo terráqueo.
Este año conmemoramos el bicentenario del nacimiento del sistema braille, ese sistema de lectoescritura que nos permite a las personas ciegas acceder a la educación, a la cultura, al conocimiento, a la información, a la comunicación…
Fue hacia 1975 cuando perdí la visión por un accidente doméstico. Me caí por unas escaleras mientras jugaba con mis primas y mi hermano en la ciudad de Badajoz. Y después de peregrinar por diferentes oftalmólogos y pasar por un proceso quirúrgico y de recuperación, mi familia decidió afrontar esa nueva situación con aquel niño de apenas nueve años. Mis ojos ya no podían ver, pero se abrió el mundo de la sensibilidad del tacto. Y así comencé a aprender a distinguir una compleja maraña de puntos sobre una hoja de papel al que llamaban braille.
Quizá tuve la suerte de tener a mi padre como primer instructor en la enseñanza del braille, quien supo conjugar mi interés con libros de relatos que encerraban historias de aventuras, algo que a un niño despierta la curiosidad. Primero, los cuentos de los hermanos Grimm; después, La llamada de la selva, de Jack London, o La isla del Tesoro, de Stevenson. Lo recuerdo perfectamente. Unos libros voluminosos sobre los que paseaban mis dedos impacientes de saber cuál era la siguiente aventura de aquel perro intrépido o por dónde discurriría el plan del valiente Jim para escapar del pirata John Silver. Luego, llegaron las incursiones a la biblioteca braille que tenía el colegio de la ONCE en Madrid, donde descubrí las aventuras del mítico Ulises; de La Odisea, de Homero; o Atala, de René de Chateaubriand.

El dispositivo braille que permite a Carlos Javier Hernández trabajar y comunicarse a través del ordenador.
Desde entonces, el braille siempre me ha acompañado en el proceso formativo. Lo hizo en los estudios de la General Básica o, posteriormente, en el Bachillerato o en la Universidad como sistema de apuntes. Después, ya en mi etapa laboral, me sigue acompañando como instrumento de trabajo en un dispositivo informático, transformando lo que aparece en la pantalla del ordenador en una línea de puntos que asoman y se esconden formando braille. Pero también lo hace en forma de esquemas, para mis reuniones e intervenciones públicas, o en la vida más doméstica, para etiquetar electrodomésticos, rotular libros impresos en tinta, discos, carpetas con documentos impresos...
Fue a principios de este siglo cuando una directiva europea forzó la rotulación en braille de los medicamentos y, gracias a ello, podemos seguir un tratamiento farmacológico de una manera autónoma. De hecho, poco a poco, hemos podido observar cómo iniciativas empresariales incorporaban a sus marcas el rotulado en sistema braille, entre ellas alguna conocida marca de gel de baño, etiquetados de botellas de vino o una conocidísima agua cuyos manantiales brotan en la serranía de Cuenca.
Hace más de tres años, en febrero de 2022, el Parlamento español aprobó el etiquetado braille de productos esenciales (alimentos, cosméticos, limpieza…) como un derecho fundamental de los consumidores ciegos, que estamos vendidos ante circunstancias de seleccionar determinados productos, ya que muchos de ellos se envasan con formas muy parecidas, cuando no idénticas. Así, puede suceder que abras un brick de caldo cuando quieras echarte leche para el desayuno o que te apetezca una cervecita fría y el bote corresponda a un refresco. Por eso, creo que va siendo momento de dar un paso al frente y reivindicar nuestros derechos a acceder al etiquetado de cualquier producto como lo pueda hacer usted.
Y termino con una última noticia: con motivo de la conmemoración del bicentenario del desarrollo de este sistema por el francés Luis Braille, quien no pudo ver el éxito de su puesta en marcha por las disputas pedagógicas de diferentes corrientes e intereses de la época, desde la ONCE se está impulsando la candidatura del braille para que sea reconocido por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Sería sin duda un merecido reconocimiento a un sistema de lectoescritura que permitió que esta persona ciega pueda dirigirse a usted y escribir estas líneas.
Carlos Javier Hernández Yebra es delegado territorial de la ONCE en Castilla-La Mancha.